24 abril, 2024

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La dramática y fascinante historia argentina Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

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La situación de la Banda Oriental. Artigas versus Posadas

¿Qué sucedía, mientras tanto, en la Banda Oriental? Nunca fueron amistosas las relaciones entre Montevideo y Buenos Aires. La rivalidad, fundamentalmente en el área económica, era notoria. Ambas ciudades pugnaban por ser las más prestigiosas del Río de la Plata. El rencor y el resentimiento quedaron de manifiesto cuando la Junta de Montevideo, creada en 1808, tomó las siguientes decisiones: 1) desconoció a Liniers como Virrey, 2) reconoció el Consejo de Regencia en 1810 y 3) resistió la existencia de la Junta de Buenos Aires. El clima cambió a partir del 25 de mayo de 1810. Montevideo hizo causa común con los revolucionarios de Buenos Aires en su cruzada contra la “Madre Patria”. Ese espíritu fraterno se materializó en el apoyo expreso de ciertos jefes militares uruguayos. Ello explica la decisión de Belgrano, de regreso de Paraguay, de alentar a los jefes orientales a que procedieran a la expulsión de los realistas de la campaña. La política de buena vecindad recibió un duro golpe en 1812 cuando Buenos Aires firmó el famoso armisticio con Elío. Artigas, el emblema de la resistencia oriental, consideró que había sido traicionado por el gobierno criollo. El éxodo del pueblo oriental que se produjo inmediatamente después fue una cabal demostración de ese estado de ánimo.

Sin embargo, al poco tiempo Artigas recompuso su relación con Buenos Aires y retornó a la Banda Oriental con el cargo de jefe militar de las tropas orientales, cargo que le había sido otorgado por el Triunvirato. Pero ello lejos estuvo de significar un abandono del gobierno de Buenos Aires de su concepción del poder. Que la designación como comandante supremo hubiera recaído en un emblema del centralismo porteño y miembro del Triunvirato, Manuel de Sarratea, así lo demostraba. No pasó mucho tiempo para que se produjera lo inevitable, dada la nula capacidad militar del triunviro: entró en cortocircuito con Artigas. El encono de Sarratea hacia Artigas explotó cuando aquél lo acusó de traidor. Lo único que consiguió Sarratea con semejante destrato fue el amotinamiento de sus propios oficiales, entre quienes sobresalía Rondeau. Un grosero error de cálculo cometido por quien carecía de la más mínima cintura política había desencadenado un tsunami. Buenos Aires desplazó inmediatamente a Sarratea. El escenario mejoró ostensiblemente pese a la resistencia del gobierno porteño de concederle a Artigas el mando supremo de las tropas.

Otro foco de conflicto fue la Asamblea General Constituyente convocada por el gobierno central. Ante el hecho consumado Artigas convocó el 3 de abril de 1813 a su propio Congreso en Tres Cruces para determinar si reconocía o no la legitimidad de la Asamblea. Finalmente Artigas levantó su pulgar pero siempre que se reconocieran las siguientes exigencias: 1) que el gobierno central lo rehabilitara, 2) que Buenos Aires aceptara a la confederación de la Banda Oriental con el resto de las Provincias Unidas, y 3) y que la Banda Oriental contara con seis representantes (diputados) en la Asamblea. El gobierno central no cuestionó la rehabilitación del caudillo y aceptó el número de diputados, pero rechazó sus diplomas porque su elección no fue el resultado de una elección directa con participación del pueblo, tal como lo exigía la convocatoria. Este argumento formal, que era válido, encubría una cuestión de mayor peso. La Asamblea se negaba a admitir a seis diputados orientales que habían decidido condicionar su decisión de legitimarla a la previa determinación del régimen constitucional estatal que la Asamblea debía establecer en sus sesiones. Era una virtual extorsión. Además, el sector realista debe haber temido, con razón, que los diputados orientales se aliaran con los miembros de la Logia que seguían a San Martín para entorpecer sus planes. La Asamblea, finalmente, rechazó los diplomas de los diputados orientales por considerar ilegítima su elección. Artigas consideró que se estaba en presencia de un atentado contra los derechos de la Banda Oriental e invitó al gobierno del Paraguay a formar una alianza contra el gobierno porteño. Pero la sangre no llegó al río. Finalmente Artigas acordó con Rondeau, quien había reemplazado a Sarratea en el mando supremo de las tropas, la elección de nuevos diputados. A tal efecto se convocó a un nuevo Congreso el 8 de diciembre de 1813 en Capilla Maciel.

Pero los planes de Artigas se desmoronaron a raíz del enojo de los congresales por la actitud previa de Artigas de ordenarles verbalmente cómo debían actuar. La reacción se materializó en la designación de un Triunvirato que inmediatamente reconoció a la Asamblea General y eligió a los diputados que representarían a una Banda Oriental que tenía un flamante gobierno al margen de la voluntad de Artigas. No es difícil imaginar cómo reaccionó el caudillo. Dominado por la ira culpó a Rondeau por la actitud adoptada por los diputados y luego de declarar nulo lo resuelto por el Congreso reasumió el gobierno de la Banda Oriental. Reaccionó, pues, como lo hacían todos los caudillos de la época: imponiendo su voluntad. Con todo el poder en sus manos Artigas extendió su influencia por las provincias del Litoral. Era evidente que la relación con Buenos Aires se había roto por completo. Pero como en política a una acción le sigue una reacción, Buenos Aires nombró a jefes de fuerte personalidad para que impusieran el orden en las provincias litoraleñas. Había que apagar por cualquier medio la chispa de la anarquía. Además, Artigas tuvo conocimiento de la decisión de la Asamblea de unificar el Ejecutivo Nacional para consolidar el proceso de centralización, un golpe mortal para la consolidación de su amada Confederación. Para colmo, también tuvo noticias de que el gobierno nacional había comenzado a gestionar en Río de Janeiro un nuevo armisticio con los españoles sitiados en la capital de la Banda Oriental. A esta acción le correspondió una feroz reacción de Artigas. Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos el 20 de enero de 1814 el caudillo, apoyado por 3000 hombres, abandonó Montevideo con el objetivo de dejar a Rondeau en la cuerda floja.

El gobierno nacional desaprobó, obviamente, semejante decisión porque podría haber dejado a Montevideo a merced de los realistas. El panorama se ennegreció aún más por la decisión de Artigas de extender su idea de confederación por todo el territorio del país, lo que provocó un duro enfrentamiento entre Corrientes y Entre Ríos, bajo el influjo artiguista, y el gobierno nacional. En ese momento Posadas estaba a cargo del Directorio y su reacción fue terminante: el 11 de febrero dictó un decreto en virtud del cual Artigas pasaba a la categoría de infame traidor a la patria y ponía precio a su cabeza. Artigas entraba en la categoría de “enemigo público número 1”, tal como aconteció en el siglo XX con el famoso pistolero John Dillinger. La actitud de Posadas puso dramáticamente en evidencia su escasa capacidad para ejercer el poder ya que fue incapaz de percatarse de algo fundamental: una decisión de semejante magnitud debía sustentarse en una sólida base política. En otros términos: pretender arrinconar a Artigas sin contar con la autoridad política necesaria conducía inexorablemente al papelón. Eso fue lo que sucedió con Posadas. Ni lerdo ni perezoso, el sitiado Vigodet decidió entablar negociaciones con Artigas pero se encontró con una rotunda negativa. Sin embargo, dejó una puerta entreabierta que le permitiera convencer a Vigodet que le entregara Montevideo o que bendijera su decisión de luchar a muerte contra Buenos Aires. Es por ello que, a hurtadillas, un colaborador suyo de apellido Otorgués se mostraba amigable con los realistas, lo que atentaba contra el proceso independentista.

Ante semejante escenario Posadas no tuvo más remedio que agachar la cabeza y enhebrar con Artigas algún tipo de acuerdo. Como era de esperar, se estrelló contra una estructura de hormigón armado. Fue así como a Posadas sólo le quedó el camino que conducía a la toma de Montevideo. Para apresurar la conquista consideró que Carlos de Alvear era el más adecuado  para ejecutar esa función mientras que Otorgués y Vigodet negociaban la entrega de Montevideo. Pero el hábil e inescrupuloso Alvear logró neutralizar dicha negociación haciéndole creer a Vigodet que le entregaría la plaza. Acto seguido tomó a su cargo el proceso negociador que culminaría con la capitulación de la capital oriental el 21 de junio de 1814. Mientras tanto Otorgués, creyendo que estaba a un paso de conquistar Montevideo, se acercó a la capital pero Alvear lo aniquiló en Las Piedras el 25 de junio. A renglón seguido el Directorio no tuvo mejor idea que disolver el Triunvirato constituido por el Congreso en Capilla Maciel y reemplazarlo por un gobernador, es decir, por un ejecutivo unipersonal. El cargo cayó en manos de Nicolás Rodríguez Peña, hombre de Posadas.  De esa forma se esfumó toda posibilidad de granjearse la simpatía de los sectores moderados, es decir, antiartiguistas, de Montevideo.

A partir de entonces Posadas y Artigas se dedicaron a enfrentarse en el fango con el único objetivo de destruirse. En ese ambiente infeccioso tuvo lugar el convenio del 9 de julio de 1814 en virtud del cual Posadas se comprometía a desagraviar a Artigas y éste a aceptar la legitimidad de Posadas y de la Asamblea. Lamentablemente, ninguno de los contendientes tenía intenciones de cumplir con la palabra empeñada. El 25 de agosto Posadas acusó en un documento a Artigas de “desnaturalizado”, lo que provocó la reanudación de la guerra civil al mes siguiente. A partir de entonces se derramó mucha sangre. No se respetó ningún código de guerra ya que muchos fueron los jefes militares de ambos bandos que fueron fusilados. Y en ese terreno el vencedor fue Artigas (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de…, capítulo 16.

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La consolidación por las armas del proceso independentista

La situación en la capital oriental, la postura del Paraguay y la decisión de Lima de anexar las intendencias del Río de la Plata al virreinato del Perú hasta que Buenos Aires retorne a la situación previa a la revolución, obligaron a las autoridades criollas a tomar decisiones que implicaban el uso de la fuerza armada. Para ellos no había retorno posible. El proceso revolucionario no podía ser detenido. Este diagnóstico acompañó a los criollos desde el momento en que tomaron la decisión de cortar el cordón umbilical con España. Ello explica el envío de “expediciones auxiliadores” con el objetivo de garantizar la expansión del fuego revolucionario por todo el territorio y de aplastar cualquier atisbo de rebelión de quienes continuaban legitimando a Fernando VII.

La guerra por la independencia duró catorce años. Durante diez años su conducción estuvo a cargo de las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata. En los restantes cuatro años la conducción fue chilena, peruana y boliviana. Los epicentros de la revolución fueron el Río de la plata y Venezuela, mientras que el de la contrarrevolución fue Lima. La guerra independentista se basó en sucesivas luchas que primero consolidaron los bastiones revolucionarios rioplatense y venezolano para luego avanzar hacia Lima con el objetivo de diezmar a las tropas realistas. Buenos Aires estaba rodeada por el este, el nordeste y el norte. Afortunadamente, la adhesión de Chile al sistema revolucionario deshizo la amenaza proveniente del este. De los centros de poder que amenazaban la independencia el más débil era la Intendencia del Paraguay debido a la imposibilidad de comunicarse con los otros centros de poder realistas. Aislada y sin recursos, no implicaba un peligro para el gobierno criollo. El Alto Perú, por el contrario, era un enemigo que debía ser respetado. Sus recursos y la cercanía con el virreinato del Perú hacían de aquél un lugar adecuado para que los realistas acumularan el mayor poder bélico posible. Otro enemigo a tener en cuenta era Montevideo. Su proximidad con Buenos Aires y su poderosa fuerza naval eran factores que debían ser tenidos muy en cuenta por las autoridades criollas. Además, mantenía fluidos contactos con España. Ello significaba un peligro tremendo porque si España lograba liberarse del yugo napoleónico nada le hubiera impedido enviar a la zona caliente del Río de la Plata intimidantes fuerzas militares (1).

(1) Floria y García Belsunce, Historia de…, capítulo 16.

Bibliografía básica

-Germán Bidart Campos, Historia política y constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.

-Natalio Botana, El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1977.

-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.

-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.

-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.

-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.

-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.

-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003

-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.

-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos Aires, 2006

-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.

-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.

-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.

 

Por el pingüino