25 abril, 2024

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La dramática y fascinante historia argentina Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

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La Asamblea del año XIII. Hacia un gobierno unipersonal

La Asamblea comenzó a sesionar el 31 de enero de 1813. Como tantas veces sucedió a lo largo de nuestra dramática y fascinante historia, la ilusión que había despertado fue gigantesca. Tuvo como objetivos centrales la consolidación de la emancipación y el establecimiento de una constitución. Ayudó al clima optimista los logros que se estaban obteniendo en el terreno militar. El 3 de febrero San Martín y sus granaderos batieron a los realistas en la localidad santafesina de San Lorenzo, a orillas del Paraná. El 20 Belgrano obligó en Salta al general Tristán a rendirse en plena batalla. Mientras tanto, los propios oficiales del ejército sitiador de Montevideo expulsaban de sus filas a Sarratea siendo sustituido por Rondeau. Este hecho hizo posible la incorporación a dicho ejército de las tropas comandadas por Artigas.

En este contexto la asamblea tomó decisiones muy importantes: a) la eliminación de toda referencia a Fernando VII; b) la acuñación de una moneda nacional; c) el establecimiento del escudo e himno patrios; d) la supresión de los mayorazgos y títulos de nobleza; e) la abolición de la Inquisición y las torturas judiciales; y f) el establecimiento de la libertad de vientres para las esclavas. Quedaba plenamente en evidencia la filosofía liberal y humanista que la inspiraba. Lamentablemente sus metas esenciales quedaron en promesas. No se dictó una constitución definitiva ni fue declarada la independencia. ¿Por qué? Es probable que el Segundo Triunvirato no estuviera preparado para acometer semejantes tareas. No bien se hicieron cargo del gobierno los triunviros comenzaron a pelearse entre sí. Se produjo una grieta entre Paso y los triunviros restantes. Los enconos personales y el espíritu faccioso, fogoneado por el inteligente y ambicioso Carlos de Alvear, se apoderaron también de la Logia Lautaro, la institución que San Martín había creado precisamente para garantizar un proceso de toma de decisiones acorde con la relevancia del momento histórico que se estaba viviendo. Alvear logró imponer su lógica: la Logia se dividió y la propia Asamblea, envenenada por el espíritu de facción, terminó siendo funcional a las ambiciones de Alvear.

El plan de Alvear estaba dando sus frutos. Todos los planetas se estaban alineando en su favor. La suma del poder público estaba al alcance de su mano. En el plano militar, 1813 se le presentaba muy favorable. Belgrano tenía la esperanza de avanzar sobre Lima (Alto Perú) y promover una insurrección para demoler al ejército realista. Sus planes volaron por los aires al ser derrotado en Vilcapugio el 1 de octubre y en Ayohuma el 14 de noviembre. Esta última derrota, un desastre, en realidad, enfrió el espíritu independentista de la Asamblea y el gobierno, que inmediatamente le solicitó a Sarratea que convenciera al gobierno inglés para que hiciera de mediador entre las provincias del Río de la Plata y el imperio español. En el plano militar Belgrano fue reemplazado por San Martín en el comando de las alicaídas tropas. Quien más festejó este nombramiento fue Carlos de Alvear ya que sin la presencia del gran militar, con quien mantenía diferencias políticas, la Logia quedaría en sus manos.

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Gervasio Antonio de Posadas, el primer dictador. La sombra de Carlos de Alvear

La influencia de Alvear quedó plenamente de manifiesto en el proceso político que derivó en la designación de Antonio de Posadas como nuevo jefe de gobierno. La precaria situación militar convenció a la dirigencia política de concentrar el ejercicio del poder en una sola persona. El 22 de enero de 1814 asumió, pues, como Director Supremo el primer dictador de nuestra dramática y fascinante historia.

¿Qué sucedía en el frente externo? En el norte San Martín, escoltado por Belgrano, consolidaba su posición. Mientras tanto, Sarratea no hacía otra cosa que boicotear el proceso emancipatorio al entrevistarse con lord Strangford proponiéndole lisa y llanamente la reconciliación con España. “Aquí no ha pasado nada”, era su lema. ¿Por qué Sarratea actuó de esa manera? ¿Era consciente de que estaba traicionando los ideales de Mayo? Una vez más quedó en evidencia que el miedo es una fuerza espiritual demoledora capaz de derribar una montaña como el Everest. En efecto, la derrota del ejército en el norte y, fundamentalmente, una Montevideo reforzada militarmente, hizo cundir el pánico en un sector del gobierno criollo. Si los españoles triunfaban, lo que, según la mirada de este sector, era altamente probable, seguramente harían tronar el escarmiento. En otros términos: tuvieron miedo de que los fusilaran. Resulta, por ende, entendible la pretensión del gobierno de rogarle a Gran Bretaña para que intercediera ante España. Los criollos querían que España respetara su autonomía dentro de la órbita de dominio de aquélla, lo que a todas luces era algo absolutamente contradictorio. Pero al final primó el realismo político. El gobierno llegó a la conclusión de que sólo demostrando fortaleza, fundamentalmente en lo militar, lograría obtener algún rédito de la mediación. Aplicaron aquella famosa frase atribuida al histórico dirigente gremial Augusto Timoteo “Lobo” Vandor: primero pegar, luego negociar. Es por ello que se decidió hacer lo imposible por terminar de una vez por todas con el dominio español sobre Montevideo. Este objetivo fue bendecido por quienes todavía seguían creyendo en el ideal independentista. España logró lo que aparentaba ser un imposible: unir al gobierno criollo.

La situación de la Banda Oriental era harto delicada. En enero de 1814 Artigas, opuesto al gobierno central, tomó la decisión de abandonar el sitio de Montevideo. El vacío dejado por el caudillo fue cubierto por una escuadrilla naval al mando de Guillermo Brown que, luego del triunfo obtenido en Martín García, restableció el bloqueo sobre el puerto de Montevideo. Era evidente, salvo que se produjera un milagro-la llegada de una fuerza militar española para restablecer el orden-que el destino de la Banda Oriental estaba sellado. En ese contexto Alvear pensó que era el momento oportuno para lucirse en el terreno militar. Para ello era fundamental que Posadas lo nombrara jefe del ejército sitiador de Montevideo. Posadas era consciente de que no podía negarle semejante favor a quien lo había puesto en semejante cargo. En política, los favores exigen las retribuciones correspondientes. Para retribuirle a Alvear semejante favor no tuvo más remedio que ascender a Rondeau a la cúspide de la jerarquía militar y enviarlo al norte en reemplazo nada más y nada menos que de San Martín. Se vio obligado, pues, a pedir su relevo y lo justificó alegando la precaria salud del gran militar (hace años que una úlcera venía deteriorando su salud). Luego designó a Alvear jefe del ejército sitiador de Montevideo. Era el trampolín que necesitaba para arribar a lo más alto: el cargo de Director Supremo. Con 26 años Carlos de Alvear asumió el mando el 17 de mayo de 1814 justo cuando la fuerza naval de Brown pulverizaba a la escuadrilla española. El momento no podía ser más oportuno para ese joven de ambiciones sin límites. Un mes después un agobiado Vigodet capitulaba.  Según lo estipulado en la capitulación Montevideo fue entregada-como si fuera un botín de guerra-a Buenos Aires, siempre y cuando el gobierno criollo reconociera la autoridad de Fernando VII, que acababa de reasumir en España. Rápido de reflejos Carlos de Alvear, tomándose atribuciones que le correspondían a Posadas, aceptó la cláusula. Y luego de entregada la plaza el 22 de junio, consideró que, dado que Vigodet no había ratificado la capitulación, Montevideo se había rendido de manera incondicional. Ya actuaba como Director Supremo.

Las noticias que llegaban de España ennegrecieron el clima de fiesta provocado por el triunfo de Montevideo. El colapso del imperio napoleónico y el fin del cautiverio del monarca Fernando VII habían modificado radicalmente el escenario internacional. Libre del yugo francés España recuperaba su libertad de acción respecto a sus colonias. El Río de la Plata podía caer otra vez en sus manos. El gobierno nacional aguardaba la llegada de una poderosa flota española, que consideraba inminente. La tensión e incertidumbre reinantes podían cortarse con una tijera. Estaba en juego el futuro del proceso revolucionario iniciado el 25 de mayo de 1810. A su vez, Lord Strangford se esmeraba, desde Río de Janeiro, de ejecutar una guerra de acción psicológica sobre los criollos con el objetivo de que bajaran los brazos. En Buenos Aires se produjo un quiebre en la opinión pública o, si se prefiere, una grieta. En esta vereda estaban aquellos que no dudaban en arriesgarlo todo con tal de mantener incólume el espíritu independentista. En la vereda de enfrente estaban aquellos que consideraban que ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos lo sensato era negociar con España la vida de todos los criollos. No es difícil imaginar lo difícil que debe haber sido para Posadas el haberse tenido que enfrentar a semejante disyuntiva. Desde Londres Sarratea comenzó a hacer campaña por Fernando VII mientras que la Asamblea consideró que lo más aconsejable era adecuarse al nuevo escenario internacional. Los seguidores de Alvear y genuinos patriotas como Moldes apoyaron esta tesitura. Finalmente la Asamblea autorizó a Posadas a entablar negociaciones con la Corte española y cuando expiraba 1814 Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia viajaron a España en calidad de representantes de la Asamblea.

Mientras tanto la influencia de Artigas se extendía por las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa fe enarbolando la bandera de la república y la federación. El caudillo oriental se había transformado en un serio problema para Posadas. En Chile los revolucionarios eran aniquilados por los realistas y sus jefes hallaron refugio en nuestro territorio. Las tropas criollas se oponían tenazmente a ser conducidas por Alvear. Lo que seguramente no alcanzaron a percibir fue que el Director Supremo, demostrando una hábil cintura política, consideraba que una victoria en el norte liderada por Alvear era beneficiosa tanto para profundizar el proceso independentista como para negociar en una posición de fuerza con España. Lo cierto es que Alvear no estaba en condiciones de hacerse cargo de las tropas conducidas hasta hace poco por Rondeau. Y ello por una simple y contundente razón: carecía de autoridad para ejercer ese cargo. No debe haber sido fácil para alguien tan ambicioso y orgulloso reconocerlo. Pero como dice el refrán “no hay mal que por bien no venga” ese hecho le permitió a Alvear obtener en poco tiempo el premio que tanto anhelaba. Cansado de tantos infortunios y de la presión de la Logia, en los primeros días de enero de 1815 Posadas renunció al cargo. El sucesor fue Alvear. Fue la manera elegida por Posadas para retribuirle numerosos favores. Así concluían los cinco años transcurridos a partir del 25 de mayo de 1810. “Si se vuelve la mirada”, concluyen Floria y García Belsunce, “sobre lo ocurrido entre mayo de 1810 y enero de 1815 se ve que la revolución había pasado por una sucesión de crisis políticas a través de las cuales se había delineado una clara aspiración de independencia, que a último momento flaqueó como consecuencia de la situación internacional y del agotamiento de los dirigentes. En el trasfondo de este proceso se advierte la ausencia de hombres con experiencia en la cosa pública, y de personalidades de alto vuelo político, de verdaderos estadistas, capaces de definir un rumbo político definido para la resolución y de concentrarlo a través de un programa de gobierno coherente” (1). Este párrafo se adecua perfectamente a la Argentina de julio de 2020.

(1) Floria y García Belsunce, Historia de…, pág. 356.

Bibliografía básica

 

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Por El Pingüino